Amigas mías…

Amigas mías

 

FB_IMG_1576669293245

Elia Castro Gordillo

 

 

 

12

 

            —Siento haberte llamado, pero no sabía qué hacer. Espero que no estuvieras ocupada.

            «¡Ocupada!». Por qué da por hecho, que no puedo estar; «¡ocupada!». ¡Joder, tan difícil es creer que puedo tener una vida más allá del trabajo y las clases de Kizomba! Me entran ganas de espetarle: «Sí, estaba ocupada. Con Cristóbal ¿recuerdas? ese con el que te besaste hace unas cuantas noches y que por eso no sabes ahora mismo dónde está tu marido. Si no tuvieras la lengua tan larga esto no estaría pasando». Y me quedaría tan a gusto ¡joder! —Gracias Nuria por introducir en mi vocabulario esa magnífica palabra.

          —No te preocupes, no era importante —pero sí que lo era y también que te deberías de preocupar—. Cuéntamelo todo.

            —Pero si ya te lo he contado todo. No hay nada más qué contar.  Ahora sólo quiero saber de su paradero, desde anoche no tengo noticias de él; estoy preocupada, se marchó con el coche y tengo miedo de que algo le haya podido suceder. Sólo tengo un whatsapp de Nuria a las 3.30 h de la madrugada diciéndome que no me preocupara que todo estaba bien. Desde entonces no he vuelto a saber nada más. Pero la verdad es que no he podido dormir casi nada.

            —No llego a entender por qué se lo tuviste que decir.

            —Porque ya lo sabía, fue él quien me vio  besándome con Cristóbal. —De nuevo aquella frase que me revolvía el estómago.

            —Pero te confesó que había sido él cuando ya no pudo aguantar más; te dijo que pararas, que no siguieras…

            —¡Tenía que desahogarme; la culpa me estaba matando por dentro!

            —¿Por qué, por ser Cristóbal? —pregunté.

            —A qué te refieres —sorprendida.

            —A que si el resto de las veces no te has sentido culpable por ser hombres desconocidos.

            —No sé a dónde quieres llegar con este interrogatorio —al gesto de sorprendida se le sumaba el de desagrado.

            «Pues a que si no hubieras sido tan liviana  y no hubieras coqueteado con medio Liendo y parte de Colindres, Santoña, Limpias, Ampuero… y no continúo por respeto a Pedro, esto no estaría sucediendo. A que tus ganas de sentir que aún puedes gustar te han hecho perder el norte, a que los halagos de unos extraños te hayan provocado esas risas estúpidas de colegiala y que al amor que te tienes y que has sido incapaz de compartir con tu marido te han llevado a la situación por la que estás pasando. Y para terminar le diría: … y que te mereces». Sí, todo eso le diría.

            —A nada mujer, no me hagas caso. Es sólo que no me puedo creer que Pedro se haya ido, es un hombre muy razonable, muy cabal. Y pienso: «¡Cómo no se va a haber ido después de todo lo que ha consentido durante estos años!».Y porque es un hombre con sentido común, finalmente habrá dicho: «Hasta aquí hemos llegado». Que digo yo, que no debe ser de buen gusto que tu mujer tenga tantos «conocidos». ¡Cómo me encantaría decirle todo lo que pienso a Patricia! No quiere sinceridad, no me reprocha que no me muestre cómo soy realmente; pues ahí te va: eres una calientabraguetas.

            Suena Rose, es el móvil de Patricia. Podría haberle puesto otro ringtone más actual; este suena a banda sonora de película de los sesenta protagonizada por Natalie Wood y Warren Beatty. Pero así es ella, tan adelantada para unas cosas y tan retro para otras. Voluble, diría yo, veleta…

            —Es Nuria —cortándome el rollo de cómo podría pasar a llamarla a partir de ahora.

            —Ah… y qué te ha dicho, ¿sabe algo de Pedro?

            —Está en su casa —soplando con cierto alivio— ha pasado la noche con ellos.

            —Y…

            —Nada; dice que de momento no va a volver, no quiere verme.

            Se derrumba en el sofá con el móvil entre sus manos; que no llore por favor, que no llore… —suplico—. Comienza a llorar. No sé qué hacer ¡joder! —Gracias nuevamente Nuria, no sabes cuánto me relaja esta palabra—. Hace un momento la estaba poniendo a «bajar de un burro» en mis más sinceros pensamientos y ahora qué: la abrazo como buenas amigas que somos o sigo crucificándola. No puedo verla deshacerse en un mar de lágrimas así que decido abrazarla y darle el consuelo que está buscando e ir tranquilizándola con palabras que quiere escuchar, aunque sea por una boca que no es del todo franca.

            —No te preocupes, Pedro acabará volviendo, sólo necesita tiempo; pensar en lo que ha sucedido. Debes entender que quiera estar alejado de ti, no ha tenido que ser fácil encajar lo de Cristóbal. Se siente engañado.

          Continúa llorando, ¡Qué más puedo decir, no se me ocurre nada! Todo lo que se me viene a la cabeza son reproches hacia su conducta, aún así sigo intentándolo:

             —Ve el lado positivo —«si es que lo tiene» pienso. La distancia en estos casos suele favorecer a la relación. Se ve con otra perspectiva y lo que ahora parece un obstáculo insalvable, pronto lo veréis como algo anecdótico. ¡Ánimo, que no todo está perdido! «¡¿Cómo?!» «¡Ánimo que no todo está perdido!» Pero qué estoy diciendo, ni que estuviera concursando y optara por el premio de consolación. Menos mal que con el llanto es incapaz de oírme. Me está mojando la camiseta que me puse para mi salida con Cristóbal, no para que ella me la empapara con lágrimas. Entonces me acuerdo de él, del porqué estoy aquí y me entran ganas de sumarme a su llanto, ¡qué día tan nefasto! Suena el timbre de la puerta. «Voy yo» —digo. Y no es un acto de misericordia sino de puro egoísmo; así tendré al menos cinco minutos de descanso.

            Cuando volvemos la encontramos tendida en el sofá, tapándose la cara con uno de los cojines. ¿Será para que no la oigamos? Nuria corre a su lado e intenta incorporarla, consiguiéndolo finalmente tras varios intentos fallidos. ¡Me quiero ir! ¡No lo soporto más! Todo esto me parece un esperpento. La sobreactuación de Patricia está consiguiendo que llegue al límite de mi capacidad de aguante.

            —Lo siento chicas pero creo que voy a tener que dejaros, el día ha sido largo y estoy muy cansada.

Nuria me mira y puedo leer en sus ojos lo que está pensando: «¡Cómo puedes dejarla en el estado en el que se encuentra!». Pero sí que puedo, llevo toda la maldita tarde y parte de la mañana oyendo de forma lastimera como se convierte el lobo en cordero y puedo asegurar que mi estómago no resiste ni una patada más. Recojo mis cosas y tras besar a Nuria doy unas palmaditas en el hombro de Patricia con un: Estamos en contacto.

13

 

        —¡No te preocupes hombre! ¡Cómo crees que te voy a dejar durmiendo en el coche toda la noche! Vamos a casa, Nuria nos está esperando.

        —No quiero molestar Diego, aquí estoy bien, solo será por esta noche, mañana me busco una habitación en cualquier hotel y solucionado.

      —¡Qué no, hombre, que tú te vienes ahora mismo conmigo! ¿O es que quieres meterme en un lío con Nuria? —Agarrándolo del brazo—. Me ha dicho que si no vuelvo contigo que ni se me ocurra aparecer por casa, y ya sabes cómo se las gasta mi mujer, lo que dice lo cumple. Así que o te vienes conmigo o aquí me quedo hasta que te decidas por fin a acompañarme.

        —Vale, vale… de acuerdo. No quiero ser el culpable de otra disputa conyugal. Con una es más que suficiente.

        Diego llevaba dos horas y media buscándolo por todo Liendo. Se había recorrido todos los bares del pueblo, los centros médicos de alrededor, no le quedaba muchos más sitios donde ir, hasta que finalmente, cuando regresaba de uno de ellos, pudo ver el coche de Pedro estacionado a las afueras. Se acercó y vio que este había reclinado el asiento del conductor acomodándolo para dormir en él. Había golpeado el cristal de la ventanilla haciendo sobresaltar a Pedro que, en medio de la oscuridad, no se había dado cuenta de que una persona se había acercado al coche. Media hora más tarde se dirigían donde Nuria los esperaba tras haber recibido una breve llamada de su marido: «Vamos para allá».

        Al llegar, los recibió con los brazos abiertos, hizo un guiño de complicidad a su marido gesticulando un «te quiero» de agradecimiento. Ambos  llevaban dos horas largas intentando dar con el paradero de Pedro. Alertados por la llamada de Patricia, a media noche, contándoles que tras una discusión Pedro se había largado de casa y que aún no había vuelto, estos, no dudaron ni un segundo en salir en su busca.

        —¿Se puede saber dónde te habías metido? —preguntó Nuria.

        —Por ahí, dando vueltas como un tonto.

        —¡Y para qué están los amigos! —le reprendió.

      —No os preocupéis, estoy bien. No quiero ser una molestia para vosotros… son las tres de la madrugada, por favor, si deberíais de estar descansando y no aquí conmigo. —Avergonzado.

        —Ya te he dicho que no es molestia —corrigió Diego— eres muy bienvenido.

   —Yo os dejo solos, seguramente tendréis cosas de que hablar —dijo Nuria—. Claramente la conversación era entre hombres.

        —Sólo una cosa os pido, por favor: no le digáis a Patricia que estoy con vosotros.

        —Pero… estará toda la noche preocupada sin saber nada de ti.

        —Debemos respetar su decisión —intervino Diego.

        —Está bien, como queráis. Buenas noches.

       Los dos hombres se quedaron en penumbra incapaces de romper el silencio que tanto uno como otro necesitaban. El primero por no saber cómo abordar el tema, de no pecar de entrometido y el segundo simplemente por vergüenza. Mientras tanto, en la habitación, Nuria ponía un whatsapp a Patricia: «No te preocupes, todo está bien» «mañana te llamo» «no me contestes» «apago móvil». Tenía que hacerlo, a su parecer no había desobedecido la súplica de Pedro, él sólo había pedido que no se le dijera dónde se hallaba; y ella lo había cumplido.

        —Estarás esperando que te cuente lo que ha pasado ¿no? —dijo Pedro.

       —No tienes por qué, si no quieres hacerlo estás en tu derecho. ¿Quieres tomar algo? Creo que nos vendrá bien a los dos.

        —Es algo tarde, no crees.

       —Sí pero la ocasión lo merece, además… acuérdate de cuando éramos jóvenes, a estas horas es cuando verdaderamente empezábamos la fiesta —ofreciéndole un vaso de Macallam.

        —Pero de eso hace un tiempo —dando un sorbo, lamiéndose los labios—. ¡Uff, cómo hemos podido dejar esta maravillosa costumbre!

      —Ya lo creo —haciendo una pausa— Nuria te ha preparado la habitación de invitados, cuando quieras puedes irte  a dormir, me imagino que estarás cansado.

       —Lo estoy pero no de sueño —dando otro sorbo—. ¡Joder tío, no creo que me merezca lo que me está haciendo! He sido muy paciente con ella. La conocí siendo así, tampoco es que me llevara a engaños pero… esto último ha sido la gota que colma el vaso. Se lo he consentido todo, sus coqueteos, sus salidas con las amigas sabiendo que eran algo más que eso —resoplando— pero todo se quedaba en flirteos. Siempre le ha gustado sentirse querida, tal vez la culpa sea mía por no demostrárselo.

        —¡Pero qué dices hombre! Si de todos tú eres el que más detalles tienes con su mujer. ¡Anda que no ha habido veces en las que Nuria me ha reprochado no ser como tú o Cristóbal!

         Pedro no pudo disimular el fastidio que le provocaba oír ese nombre. Se revolvió en su asiento y de un solo trago vació el vaso.

          —Me pones otro, por favor.

       —Sí claro. —Dándose cuenta de que sus últimas palabras habían molestado a su acompañante.

        —Te pediría que no nombraras a ese cabrón en mi presencia y mucho menos que me comparases con él. No somos iguales. —Dando otro sorbo.

         Diego quedó contrariado por el comentario al no saber por qué se refería a Cristóbal de esa forma. Pero si de una cosa estaba seguro era, que de seguir con la charla en esos términos la botella del maravilloso whisky escocés no duraría mucho.

        —No te voy a preguntar sobre lo que acabas de afirmar, tus motivos tendrás — haciendo una pequeña pausa—. Me dejas desconcertado. No sé si la decisión de no pasar la noche en tu casa tiene que ver con él… tampoco quiero saberlo.

        —Pues deberías —se apresuró a corregir el desconocimiento de Diego—. Y sí que tiene culpa, al menos en parte, de que yo esté aquí esta noche y no en mi casa. ¡Es un cabrón Diego! Se ha aprovechado del carácter afable de Patricia. Le ha dado lo mismo que fuéramos amigos. ¡Joder, que nos conocemos de toda la vida!

         —¿Se ha sobrepasado con Patricia?

        —Los vi besándose —pausa—. Patricia me lo confesó ayer, parece ser que tenía que tranquilizar su conciencia y pensó que la mejor forma de hacerlo era contándomelo —otro sorbo—. Lo que no sabía es que yo los había visto y que dejé pasar el hecho como tantas otras veces, aunque en esta ocasión me causara más daño que en las anteriores. No sé si por el hecho de haberlos visto o porque el individuo en sí fuese él. ¡Joder tío, que era mi amigo y ella mi mujer! —Apurando el vaso.

        —¿Otro?

        —Sí, por favor… ¡Son un par de…!

       —¡Eh… cuidado con lo que vas a decir! —Tranquilizando los ánimos—. La bebida es mala consejera a la hora de emitir juicios.

       —Entonces, hago como si nada hubiera sucedido, borrón y cuenta nueva. Vuelvo a casa, le doy un beso a mi mujer como si hubiera pasado una noche de fiesta con los amigos y ¡ale! todo resuelto.

        —No, yo no digo que hagas eso. Sólo que seas capaz de razonar la decisión que vayas a tomar y no creo que ahora sea el momento adecuado para hacerlo —señalando el vaso medio vacío—. Estás muy dolido, lo entiendo, yo en tu situación no sé cómo hubiera actuado. Tal vez en ese mismo momento los hubiera bajado del coche y les hubiera dicho cuatro cosas, me hubiera desahogado. Más tarde, pensándolo fríamente, hubiera resuelto qué hacer.

        —Eso es exactamente lo que intento hacer; mantener la cabeza fría. Analizar todo lo ocurrido y ver cómo se puede solucionar este entuerto, si es que tiene solución. —Tumbándose en el asiento—. Tengo que mantenerme alejado de ella por unos días, unas semanas… o quizás por más tiempo, tengo que pensar con calma lo que voy a decir antes de enfrentarme a otra conversación con ella.

         —Qué explicaciones crees que te dará.

       —Me imagino que se repetirá y volverá a decirme que fue sin querer, que no sabe cómo pudo suceder, que ambos estaban con unas copas demás, que está muy arrepentida, que jamás ha hecho algo parecido… bla, bla, bla… Más de lo mismo.

      —Lo importante aquí es que si a ti te convence lo que dice y si crees que puedes volver a confiar en ella como antes.

        —Qué simple parece ¿no?

        —Y qué complicado es.

     —Como ya te he dicho, necesito pensar. —Incorporándose—. ¿Queda algo? —Agitando el vaso vacío.

       —Me temo que no —enseñando la botella— le hemos dado buena cuenta, como hacía tiempo.

          —Entonces es hora de irse a dormir.

        —Sí, creo que una botella es el límite permitido; al menos por ahora —esbozando una sonrisa.

       —Tienes razón. Me ha gustado recordar viejos tiempos aunque el motivo no haya sido el más apropiado.

        —Cualquier motivo es bueno.

        —¡Joder! Yo no diría tanto. Pero si tú lo ves así…

    —¡Qué es broma, hombre! —Dándole unas palmaditas en la espalda—. Estás perdiendo el humor.

         —Como para no hacerlo, pero tienes razón; nunca hay  que perderlo amigo.

        —Estamos de acuerdo, conque déjame de dar la charla, vete para la cama que son las cinco de la madrugada y estoy que me caigo de sueño.

        —No imaginé que fuese tan tarde.

        —Pues lo es. Así que si tienes algo más que contar lo dejas para mañana. Hoy, entre el  Macallam y las horas que son, no doy para más, te lo puedo asegurar.

        —¡Qué mayores estamos! Con solo una botella y no nos tenemos en pie.

        —¡Lo estarás tú! Yo lo achaco más al cansancio que a la bebida.

        —Sí, claro, habló el veinteañero —dando una carcajada.

      —¡Que vas a despertar a mi familia! —Abriendo la puerta del cuarto—. Aquí dormirás hoy y si necesitas algo… hazme un favor y no me llames. Buenas noches.

       Cerró la puerta tras de sí sin dar tiempo para que Pedro pudiera decir nada. Se encaminó a su habitación donde Nuria dormía plácidamente, se echó junto a ella con suma delicadeza para no despertarla pero esta se giró hacia él.

        —¿Todo bien?

        —Pensaba que estabas dormida.

        —Y lo estaba, hasta que he oído unas voces en el pasillo.

        —Era Pedro.

        —Ya, tú no has sido.

      —Pues a lo mejor… Nuria, cariño, que estoy muy cansado, de verdad me vas a someter a un interrogatorio a estas horas.

        —… No, pero mañana me cuentas.

         —Eso… mañana…

        —Tú lo has dicho, no te olvides de lo que me acabas de decir, que luego vienen las excusas de: «yo no dije tal cosa» «no recuerdo haberte prometido nada» «te lo estás inventando»… Diego… Diego…

         Un resoplido fue lo que obtuvo como respuesta. Le dio la espalda ofendida por tanta desfachatez e intentó proseguir con el sueño que había dejado a medias. Sin duda alguna era mucho mejor que continuar hablando con un zombi.

 

 

 

 

 

 

 

2 comentarios en “Amigas mías…”

Deja un comentario